miércoles, 13 de mayo de 2009

LA DAMA DE ELCHE



Cerca de Elche existe un montículo que los árabes llamaron Alcudia (montículo) y que en la antigüedad estaba casi rodeado por un río. Se sabe que fue un asentamiento ibero llamado Helike y que los romanos llamaron Illici Augusta Colonia Julia. Cuando llegaron los árabes , situaron la ciudad más abajo, en la parte llana, conservando el topónimo romano de Illici, que fue arabizado por el sonido elche. En este montículo o alcudia es donde se encontró la Dama de Elche.
Es ésta una obra única que se data en el siglo IV adC o tal vez en el V , no comparable con ningún otro hallazgo ibérico. Tiene en su espalda un hueco que seguramente servía, como divinidad que se supone que era, para introducir reliquias , objetos sagrados o cenizas del difunto. Otras muchas figuras ibéricas de carácter religioso, halladas en otros lugares, tienen también en su espalda un hueco y, como la Dama , sus hombros se muestran ligeramente curvados hacia delante.
Nuestra memoria actual del busto ibérico de la Dama de Elche se remonta al dia 4 de Agosto de 1897 cuando se descubre en el yacimiento alicantino de la Alcudia (Elche). Cien años después nos resultaría prácticamente imposible introducir en tres páginas los textos, los relatos, los recuerdos que, desde diferentes puntos de vista, ha generado esta escultura ibérica y que han guardado su recuerdo. Entre la multitud de obras de arte, sólo unas cuantas ejercen una atracción tal que permanecen grabadas en la memoria visual general y la Dama de Elche es una de ellas (Witte 1997, 48). En las retinas de la población queda impresa alguna imagen de las innumerables fotos o dibujos realizados a lo largo de cien años. Estos iconos han intentado, con sus contrastes de luz y sus tomas desde diferentes perspectivas, captar sus defectos, sus cualidades...; han intentado, en suma, conseguir aprehender la fascinación y el misterio que trasluce su mirada, su rostro o sus rodetes a ambos lados de la cara. La ambigüedad formal del busto y el énfasis de sus adornos propiciaron su atractivo.
Desde que a finales del s. XIX se descubriera, la Dama se convertiría en prototipo y símbolo de su feminidad: encarnaría la dignidad hispana de mujer prefigurada por otro arquetipo anterior: Carmen (Hübner 1898). La Dama entraría así a formar parte de otras búsquedas del ideal femenino, ensayadas en la segunda mitad del s. XIX. En ese tiempo la escultura fundamentó las raíces nacionales prerromanas en una época de profunda crisis de identidad colectiva, tras la pérdida de Cuba, la última colonia americana.
Adquirida de inmediato por el Museo del Louvre y catapultada a la fama internacional, el franquismo de los primeros años 40 la recuperaría gloriosamente, después de casi medio siglo de permanencia en Francia, para ahondar, desde una ideología totalitaria, en la vieja identidad de una España que, más aislada internacionalmente que nunca, pretendía reencontrarse y bastarse a sí misma durante el periodo de autarquía (Olmos; Tortosa 1996, 220).
En ese final del s. XIX, en el que la cultura ibérica se encuentra todavía sin definir, esta escultura ayuda a inventar la cultura ibérica, con sus cánones de belleza alejados de los clásicos tradicionales, creando casi inmediatamente la conciencia definitiva de un arte ibérico. La descripción e interpretación de los rasgos peculiares de esta imagen polícroma, osciló siempre entre dos polos. Se habló en ella de lo masculino y lo femenino. Baste recordar su identificación con Apolo-Mithra que hace Pedro Ibarra en 1897 frente a la lectura femenina, aceptada generalmente o incluso su posible carácter andrógino señalado por algún investigador. También fue bipolar su identificación como personaje humano o divino, o incluso como sacerdotisa, dependiendo el criterio, en gran medida, de la capacidad subjetiva de cada individuo que se acercase a ella. La ambigüedad de esta figura estática, que se muestra, queda patente en sus rasgos estilísticos. Su humanidad o divinidad nos ofrece un rostro de rasgos finos; con la mirada levemente baja y enfatizada por la presencia de pasta vítrea en los ojos, hoy desaparecida, que la dotaría de una gran fuerza expresiva. Estas sensaciones "imprecisas" suscitaba -y aún hoy suscitan- esa ambigüedad que sugiere extrañeza o misterio y que no trasluce más que una incomprensión por nuestra parte del lenguaje de los signos iconográficos de la Dama , aquéllos que configuraron ese ideal de belleza tan peculiar y único en el contexto ibérico.

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